miércoles, 27 de mayo de 2009

Periodistas buenos e independientes


En las reuniones sociales, cualquiera corre el riesgo de terminar laburando en algo que no le gusta o no le interesa. Se repiten los casos de la señora que le pregunta por un dolor de espalda al médico, el que le consulta sobre un reclamo a un abogado, o sobre un patio a un albañil.

Siendo periodista, la cosa no es mejor, nunca le falta el que quiere que le cuente un chimento o le ratifique su propia opinión. No importa que el tipo sea periodista deportivo especializado en sumo, el preguntón querrá saber el chisme sobre una pelea entre dos vedettes de las cuales el escriba desconocía hasta la existencia.

Estos son molestos pero no peligrosos. Los peores son los que quieren que se les ratifique la propia opinión, a la que -por lo general- añaden fuentes improbables y datos inconsistentes: un amigo cercano al poder, el portero del edificio en el que vive la tía de alguien importante, la sensación de sus compañeros de papy futbol de los jueves o que la esposa del policía de la esquina haya comprado un kilo más de azucar.

Es más, ningún trabajador de prensa está a salvo de que uno de estos personajes le tire de golpe una opinión sobre el desempeño de algún colega, al que -de movida- el interrogador habrá de poner, invariablemente, los calificativos de bueno e independiente. Si hubiera una alarma para los posibles desastres de la humanidad, estos tipos harían que suene en un grado sólo superable por el apocalipsis.

Por lo general, estos preguntones consideran bueno porque es independiente al periodista que siguen en radio, televisión y, en mucho menor medida, diario, casi nunca revistas y -jamás- una agencia de noticias. Obviamente, quedan fuera de toda consideración productores, cronistas, redactores, prenseros y miles de otros profesionales que son inexistentes para la masa.

La medida de lo bueno no lo da el grado de investigación de un tema, lo bien que se escribe o la profundidad de un conocimiento, la claridad para exponerlo o el manejo de agenda -parámetros del gremio para juzgar a un colega- sino el opinar igual que su escucha, televidente o lector, con lo que, obviamente, será muy dificil que el consultado acierte con la respuesta.

La independencia sigue un camino similar, vinculado además con una “caradeortismo” hacia lo que -para el tipo- le suene a poder, aunque no lo sea. No habrá, entonces, forma de que el punto entienda que -salvo que el periodista analizado sea un esquizofrénico irremediable o un ciclotímico fronterizo- la independencia y el periodismo no tienen punto de contacto: todos tenemos amores, un equipo del que somos hinchas, una ideología, un gusto en comidas, un jefe que nos paga, un avisador que nos da de comer.

Ergo: si la condición sine que non para ser buen periodista es ser independiente, como el periodismo independiente es la mayor falacia, no pueden existir los buenos periodistas. Entonces, ser buen periodista es otra cosa que no está vinculada con lo que el tipo opina. En esta época en que los grandes difusores buscan el pensamiento uniforme y la opinión única, es bueno que sea así.


miércoles, 13 de mayo de 2009

Lo peor de la historia


Puede parecer una anécdota. Es más, lo trataron como una anécdota. Pero no es una anécdota: es una triste demostración de cómo, a diario, se maneja la opinión pública. Desde Olé afanaron una foto de internet, driblaron los posibles créditos, le atribuyeron una crónica y la publicaron en la tapa del martes 12 de mayo.
Hasta ahí, la anécdota encarada por el diario deportivo del grupo. Pero, la historia era que el trapo en el que la hinchada de River habría cuestionado a la dirigencia del club no había existido, sino que la había armado Mandrake_007 -un usuario del sitio Taringa- con el hoy famoso Photoshop. Nada hubiera pasado si esta última parte no hubiera trascendido: ese medio nos habría tomado por giles (Puh! ¡¿otra vez?!) y todo igual. Pero trascendió y 24 horas después del bochorno original, el medio incurre en otro peor: no reconocer el engaño a que sometió a sus lectores y tratar de justificarlo con argumentos casi infantiles. Y, más aún, difundieron nombre, apellido y edad del pibe que hizo el truco; algo que en otros países, donde la violencia en el fútbol es cotidiana -no como en el nuestro-, se podría calificar de criminal.
Otro usuario de Taringa, hersounds, opinaba: “acá hay mucho valores que se pasaron por alto, ya no es solo fútbol, es tratar de voltear a quien no nos gusta o conviene, mediante el uso del 4to. poder, cómo vas a minimizar esto? te imaginás permitir que los medios inventen así, porque si, se derriban empresas, gobiernos, clubes de fútbol, gerenciamientos, por intereses de otros, estamos todos locos?... acá hubo mala leche de Olé para con River Plate, ya todos sabemos que andan mal, incluso los propios hinchas estan calientes, pero que un medio, el cual debe ser imparcial, meta leña al fuego y sugiera la cabeza de la cúpula directiva en base a una foto falsa, eso es incentivar la mala onda de los hinchas para producir el efecto que buscan”.
Al referirse a los Versos Satánicos de Salman Rushdie, José Pablo Feinmann relataba el tramo de la Jahilia, en la que sugiere que -mediante engaños- Mahoma aceptó la validez de tres deidades paganas. Plantea el filósofo periférico que esta visión genera la duda de hasta qué punto, si Mahoma fue inducido una vez a mentir no lo habrá sido en otras y hasta en todas. Apelo al recurso del mismo autor de citar de (mala) memoria el pasaje.
Si bien puedo no compartir la proposición del autor indio, hoy puedo hacer coro a Feinmann y preguntar hasta qué punto, si un medio del grupo nos mintió una vez, no lo habrá hecho en otras o si no lo estará haciendo en todas y, lo peor de la historia es que puedo interrogarme si esta no será la práctica habitual de todo el multimedio y de otros medios locales.

jueves, 7 de mayo de 2009

Internet y el Absoluto


El ser humano es un ser absoluto. No puede ser parcializar, no puede ser casi un ser humano. Pero tampoco vale exagerar, porque cuando exagera, el ser humano llega a pensar que hasta sus creaciones son absolutas, y cualquier gilada pasa a tener una categoría que, no sólo no merece, sino que es ridícula.
Así, internet, por ejemplo. Para el sector que la usa a diario se ha convertido en “el” lugar donde todo ocurre, porque ahí lee los diarios, manda correos de laburo o de güevadas, chatea con los amigos, deja sus fotos, sus ideas –porqué no?-, sus opiniones y, ahí está el quilombo. Entonces, empieza a creer que es verdad que la net es real y, por tanto, absoluta.
El tipo saca información de la red, sin chequearla, la da por cierta; si hay un chorizo de opiniones en un foro, y casi todos coinciden, esa es la verdad revelada. El muñeco ya pifió dos veces: no todo lo publicado –en ningún lado, pero eso es tema de otra entrada- es real o verdadero, sin entrar en consideraciones filosóficas sobre poder y verdad o dominio y realidad, y “todas” las opiniones en la red no son más que las que puede haber en una cuadra de la ciudad de Buenos Aires, no más.
No entremos a analizar las encuestas o consultas varias a los participantes de foros o lectores de una página, porque los resultados –obviamente- no resistirían ningún análisis, dado el sesgo que tendría impuesto por la inclinación del sitio: en un sitio de Racing, nadie va a decir que Independiente juega bien –yo tampoco lo voy a hacer- porque sería armar bardo al pedo y hasta suicida, si alguien lo identifica.
Esto no sólo se cumple en el futbol, también va para gustos artísticos: no elogiar la cumbia donde se habla de música barroca; política: los K nunca van a salir bien parados de La Nación; transporte: nunca funcionará el tren en una página de camiones; economía: dejar a los neoliberales en su lugar y a los keynesianos en el suyo; o el espectáculo: jamás mezclar vedetes, modelos, bataclanas o actrices, a menos que ellas mismas lo hagan.
Por la buena salud, el ser humano puede ser absoluto, pero internet es un pequeñísimo rejunte de tribus ya que, si bien se conecta a ella la mitad de la población, sólo hay tres millones de cuentas, la mayoría de los que entran son menores de edad en los cibers, para jugar o –muy de tarde en tarde- buscar algo para la escuela. Lo que habla a las claras que está aún muy lejos de aquella democracia cibernética que prometían: es tan sólo otro divertimento para la clase media, mucho menor que el teléfono y la televisión.
Por lo tanto, a no agrandarse que no es –ni mucho menos- absoluta.