martes, 29 de septiembre de 2009

Causa y efecto

Cuando uno dice que nada es casual, en el barrio lo miran como con lástima y como diciendo: "¡claro, gil!, ¿qué descubriste?". Esta es una pata de lo que tengo ganas de desparramar hoy, la otra es una teoría sobre el comportamiento social que dice más o menos así: las vocaciones se crean, no son intrínsecas al individuo. ¡impresionante!

El tema es que hace aproximadamente veinte años se puso de moda estudiar periodismo y, desde entonces, en cada cuadra había un pibe que se metía a tratar de terminar un curso o una carrera de comunicación. Es decir la vocación de un montón de gente (multipliquen por cuatro la cantidad de manzanas de cualquier barrio y se van a dar cuenta de lo que es un montón) apuntaba hacia ese lado, sin visión crítica.

Eso fue la descripción del tema, ahora viene la fundamentación de la teoría: esas vocaciones fueron fomentadas desde los propios medios, para conseguir mano de obra especializada. Es más, los propios grupos arman sus escuelas y universidades o se asocian con ellas, para garantizar profesionales a medida. Aunque, lo más importante no era eso y esto lo demuestran los programas y el nivel de los recién recibidos, pero eso es tema para otro debate. Lo más ansiado por las empresas era lograr una masa crítica de profesionales desocupados que presionaran a los que estaban en funciones, para abaratar sus costos salariales. De libro.

Entonces ocurrió que muchos de esos laburantes se debatían entre abandonar su profesión o ejercerla en los márgenes del sistema. A esto se sumó la demanda de canales de expresión para una gran parte de la sociedad sin voz en los medios "grandes".

Estos medios marginales fueron la base de la Coalición que dio origen a los 21 puntos que después se transformó en el proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Entonces, se podría decir que la decisión de los grandes medios de conseguir mano de obra buena y barata, les terminó jugando en contra.

Quizá los senadores no se comporten a la altura de lo que les corresponde y terminen rechazando el proyecto, pero se logró sacar a luz un tema que -aunque la religión nunca dijo que hubiera que tapar- nunca se había hecho público.

Moraleja: no golpear demasiado a los chiquitos, porque cuando se juntan son -por lo menos- molestos. Es una cuestión de causa y efecto: todos reaccionan cuando los golpes son demasiados.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Una cualidad maravillosa


Una de las cosas más maravillosas que tiene el ser humano, que me causa ternura cuando la veo, es su infinita capacidad para hacer alarde de su ignorancia. Sé que no es nuevo ni original lo que estoy diciendo, pero en los últimos días el despliegue de esta virtud humana fue tal que realmente asombra. Ojo, esto ocurre no sólo por parte de los legos en ciertas materias específicas, que suelen hablar como se dice vulgarmente a boca de jarro, basándose en lo que escucharon en la televisión o, en el mejor de los casos, un programa de radio; sino también de los que se supone que deberían saber, porque hablan, generan opinión y debaten los temas en público.
Decía que en los últimos días esta maravillosa característica de nuestro género se me hizo más evidente: es que todos, absolutamente todos, hablan del Proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sin tener idea del tema. La ignorancia al respecto por parte de Juana de Flores o Alfonso de Belgrano, cuando dejan mensajes grabados en la radio me preocupa poco, aunque demuestra que cualquiera de nosotros al opinar sobre algo que desconocemos podemos destruir buenos trabajos o erigir monstruos. Se hace con la misma liviandad con la del algo habrá hecho. Sin embargo, me despiertan ternura por la forma en que desnudan su ignorancia en público, sin pudores y hasta con la elegancia típica de sus barrios.
Pero, los que más ternura me generan son los que tienen casi la obligación de saber de qué carajo hablan y no se hacen cargo y salen por el mundo a exhibir su ignorancia con esa carita feliz. El debate de la nueva ley es maravilloso en este sentido: opinadores de toda calaña aparecieron en los medios y, sin ponerse colorados, dijeron miríadas de sandeces. Además, derrochando generosidad, llevaron esa adorable ignorancia al debate de las comisiones legislativas. Obviamente, ningún preconcepto sobre el tema, sólo los títulos de los medios como armas para el debate.
Con otras palabras, Negroponte se quejaba de que el papel impreso detenía el avance tecnológico. Los argentinos debemos estar orgullosos de que fuimos muy pocos los retrógrados, conservadores, casi fascistas del progreso que leímos los más de 140 artículos comentados del proyecto y que, haciéndonos cargo de semejante despropósito, nos callamos, no opinamos. Si lo hiciéramos impediríamos que se genere esa ternura –que realmente es cariño- hacia los opinadores que salen a decir barbaridades dando la cara. Son adorables y generosos al no esconderse ni avergonzarse de sus limitaciones.