martes, 28 de diciembre de 2010

La justificación de Herodes


Cada 28 de diciembre se repite en los medios, la historia de Herodes y la matanza de inocentes que ordenó el delegado romano para acabar con la vida del Nazareno recién nacido.

Es ocioso –pero no me voy a negar el gusto por hacerlo- reiterar que las historias del Viejo y el Nuevo Testamento eran, más que historias, ejemplos de enseñanzas para los hombres de la época. Es posible que aquel rey de Galilea, Judea, Samaria e Idumea jamás haya ordenado la matanza de los menores de dos años, como le atribuyó Mateo.

Pero, el evangelista apeló a aquel hecho improbable para mostrar a sus lectores la persecución a la que estuvo sometido Jesús desde su cuna y apeló, para ello, a características humanas: la brutalidad y la desmesura.

Desde chicos, los católicos fuimos perseguidos con aquella visión de la Matanza de los Inocentes. Pero, por defecto de la enseñanza y por la magnitud del hecho, nuestro entendimiento quedó obstruido en entender sólo la brutalidad y quedó trunca la enseñanza de Mateo respecto de la desmesura.

Aquella brutalidad ha quedado superada en la Argentina de los últimos años, aunque todavía padezca sus consecuencias. Pero, esa desmesura sigue afectando al país. Cada vez que rechazamos algún hecho, sólo por el hecho de que su autor no nos satisface, o aprobarlo, únicamente porque nos agrada el responsable de hacerlo.

La desmesura del rechazo o la aprobación está a diario esperando una decisión del Gobierno para criticarla o reivindicarla, sin importar sus fundamentos, su aplicación y sus consecuencias.

Así, la exacerbada desmesura vio el fin de toda vida conocida en la conclusión del secuestro del fútbol, la vuelta a las jubilaciones públicas, la desautorización de Fibertel, el uso de reservas, el Consejo de la Magistratura, la nacionalización de AySA y de Aerolíneas Argentinas, el informe de Papel Prensa, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o la insuficiencia en las medidas contra delitos, la pobreza o cada justo reclamo social y laboral.

No es cuestión de aprobar o siquiera aceptar todo, sino de poner medidas a la crítica, de mensurar el rechazo. De lo contrario, estaremos reivindicando a Herodes y no homenajeando a sus víctimas.

jueves, 28 de octubre de 2010

Cipayos


Cipayos. Hacía años que no decía esta palabra. Hoy me salió cuando me acordé de los que desde hace un par de años vienen criticando la moda de la Presidenta Cristina Fernández o los que hicieron sonar sus bocinas en la mañana del 27 de octubre, festejando la muerte. Son los descendientes de los que alguna vez se alegraban por la posibilidad de estar bajo el yugo inglés o los que habían trabajado destruyendo a otros estados hispanoamericanos para favorecer a sus patrones británicos. Luego, cambiaron de jinete, pero no de costumbres y Braden supo iniciar una nueva era de cipayos locales, con esos mismos que criticaron a Evita, que vivaron el cancer, que bombardearon a civiles y fusilaron a sus camaradas. Sería demasiado mencionar el período que quedó flotando entre dos helicópteros.

Desde que falleció el ex Presidente Nestor Kirchner, aprovechando espacios en algunos medios, esos cipayos cobardes golpean a la Presidenta -en el momento de su congoja- con el argumento de dar por clausurada una época y preguntarse sobre el futuro, tratando de empujar a Esta Mujer a una claudicación.

Tiene lógica. Tiene la lógica del cipayo, del traidor, del cobarde: atacar cuando el otro está debilitado, no importa cual es la circunstancia que viva. Porque tiene que traicionar para quedar bien con su patrón. No molesta el que defiende su posición, molesta el que traiciona para defender la posición del de afuera.

A pesar de los deseos de los cipayos, en el velatorio, la Presidenta aparecía entera. También, tiene lógica, porque si Esta Mujer es blanco de los cipayos y de quienes les paga es porque fue ella la que derogó el inmoral régimen de AFJP; fue ella la que se animó con la 125; fue ella la que impuso la Asignación Universal por Hijo; fue ella la que nos devolvió el Fútbol; fue ella la que sancionó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Los cipayos seguirán atacándonos, impulsándonos a entregarnos a sus patrones, con el argumento de la concordia; empujándonos a descuidar el futuro, con la historieta de olvidar el pasado. Más allá de su dolor del momento de la pérdida, hoy confío en Esta Mujer.

viernes, 15 de octubre de 2010

Todos los días


El sol todavía no asoma. El colectivo dejó el asfalto y avanza, muy lentamente, por el barro que se acumula en los pozos de una calle angostada por las zanjas llenas de aguas servidas, con espumas blanqueadas por el jabón. Un poco más atrás, atravesando la vereda de tierra o escombro partido con una lechada de cemento, los alambrados estirados o unas tapias bajas, separan de la calle a unos jardines de verdes inexistentes que preceden a las casas bajas de viejos ladrillos sin revocar, maderas y chapas oxidadas. En la calle, bandas de perros sucios y de razas irreconocibles comen los restos que hurgan entre las pilas de basura que se eternizan en las esquinas. No es muy distinto el paisaje en las calles donde los perdidos restos de asfalto se intercalan con grandes baches que los vecinos rellenaron con tierra y escombros. Adentro del colectivo el ambiente no difiere de lo que sugieren los alrededores de la ciudad más grande del país. El coche no es antiguo, es viejo y, como tal, se tambalea al ritmo que le imponen los agujeros en el pavimento y que el conductor nada hace por evitar. Los asientos tienen las marcas del paso del tiempo en sus tapizados y en las tapas posteriores de los respaldos, algunas de las cuales están en parte desprendidas por falta de tornillos, una falta más atribuible al agitado camino que al posible ataque de los pasajeros, la mayoría de ellos tanto o más pobres que las zonas que el colectivo recorre. Las ventanillas tienen los vidrios desgarrados de sus marcos en algunos puntos, ayudando a que se filtre el frío de la mañana, aumentado por la imprecisión en el cierre de las puertas o la carencia de burletes, gastados por las inclemencias de la intemperie durante los años que prestaron sus servicios en otros recorridos más urbanos antes de llegar a este, en el tercer cinturón de la ciudad, de habitantes empobrecidos y de cotidianeidad desconocida por quienes se cruzarán con ellos en la ciudad. Albañiles, peones, obreros, personal de limpieza y de seguridad, son los habitantes de este segmento del Gran Buenos Aires. Sus vecinos pueden ser cartoneros o desocupados. Su pasión futbolera y sus gustos por grupos de música fácil que suena desde los celulares de los más jóvenes, están a la vista en sus mochilas, gorras, ropa que exhiben marcas que son económicamente inalcanzables para esta gente, excepto en estas versiones falsificadas en talleres tan clandestinos como en los que se fabrican los originales y donde la mano de obra esclava –socialmente emparentada con estos otros sobrevivientes- es explotada como si fuera lo más natural. La escolarización promedio no excede los seis años de cursada, más allá de que el Estado, en una actitud demagógica y propia de la ignorancia de las clases medias capitalinas respecto de la realidad que las rodea, haya dispuesto la obligatoriedad de doce años de asistencia para los alumnos, pero sin responsabilidad en la prestación por parte del sistema. La ilógica para esta gente se repite a cada paso y, si les juega en contra, es una constante en su vida.

Tras media hora de viaje incómodo, frío y ruidoso, el colectivo llega a la estación del ferrocarril. La estación es un andén despojado con un pequeño alero de pocos metros en su centro, frente a la boletería y abierto a todas las inclemencias del clima a todo lo largo de su construcción. Hace más o menos cinco minutos llegó el tren que en diez más emprenderá su recorrido que en una hora y veinte concluirá su trayecto a pocas cuadras del centro de la ciudad. La formación es de ocho vagones más antiguos que el colectivo que acaba de llegar a la estación, con la ventaja de que fue refaccionado y repintado en varias oportunidades en los últimos cuarenta o cincuenta años, arrastrados por una máquina diesel que sufrió el mismo tratamiento. Las puertas no son automáticas, su apertura y su cierre dependen del humor y la necesidad de los pasajeros y para acceder a ellas hay que subir dos escalones desde el andén, lo que dificulta el viaje a ancianos, niños y discapacitados; los asientos son demasiado duros para la extensión del itinerario y la temperatura interna depende de la apertura o cierre de las ventanillas. La gente sube y se va acomodando. Ocupan especialmente los asientos linderos a las ventanillas que, en su mayoría, no mirarán porque el paisaje es archiconocido y no tiene mayores atractivos, lo que invita a muchos a continuar el mal sueño que interrumpieron en sus hogares. Si bien el ferrocarril carece de las comodidades modernas, para la mayoría de sus usuarios tiene más confort que sus propios hogares y saben de la importancia del servicio que les presta, por lo que son cuidadosos en su uso, a pesar de algunos grupos de adolescentes que puedan rayar su pintura con mensajes de amor o reivindicativos de grupos de pertenencia o de las hinchadas que puedan ocuparlo, mayormente los fines de semana, y que movidos por el espíritu gregario y la suerte que hubiera corrido su equipo puedan reaccionar destruyendo algún asiento.

A la hora prevista en las tablas, el único empleado de la estación hace sonar un timbre, el maquinista acciona la bocina y el guarda toca el silbato, en ese orden. Entonces, se inicia el viaje. Los diez primeros minutos, que implican el tránsito entre la terminal y la primera estación, son dominados por un paisaje semiurbano e industrial, con algunas casas de madera y materiales de bajo costo, luego la zona dormitorio de la clase media baja, hasta que en la zona más cercana a la capital aparecerán autopistas, casas de los sectores más acomodados y los comercios. Finalmente, una vez adentro de la ciudad, serán las universidades, clubes, edificios, oficinas, los que bordeen las vías. Los que no duermen, leen las noticias deportivas, las policiales y de la televisión en algún diario barato o conversan con algún compañero de asiento, casi siempre un conocido. Las conversaciones giran en torno de temas personales, se mueven por ese pequeño mundo en el que habitan o, a lo sumo, versan sobre lo que ven en la televisión o en las canchas. Este limitado temario se amplia al ser multiplicado por la cantidad de viajeros, pero no por la aparición de otras cuestiones, y las versiones sobre cada asunto pueden ser incontables. La influencia de los medios de comunicación sobre esta población genera ideas que suenan extrañas en esas bocas cuando las exponen en sus diálogos. Cuando el viaje avanza, la demanda de transporte es mucho mayor que la oferta de lugares para hacerlo, por lo que la mayoría termina parada en los pasillos y frente a las puertas. La temperatura aumenta en el interior de los vagones, el mal humor y la incomodidad también. El espacio vital se reduce al mínimo. Los corrillos se generalizan, no por los aportes sino por la inevitable posibilidad de oír, por encima del ruido metálico del desplazamiento ferroviario, lo que otros dicen y responden. No es extraño escuchar de la aflicción que generó la preocupación de una señora de clase media acomodada en su empleada doméstica, en virtud de las cifras que maneja esta esposa de un empresario o profesional de cierto éxito. La empleada, en la conversación, asume el lugar de la empleadora y traslada a su vida aquella realidad. El tedio de la rutina hace que los temas sean tan atemporales que se repitan hasta llegar a explicar cómo se construyó la cocina de la casa que el relator ocupa desde hace más de veinte años. La interpretación de datos mal aprehendidos o las cotidianeidades no medidas en su gravedad también son unas de las constantes en estos diálogos. Alguna mujer le relataba a otra que la hija de su hija de 16 años había estado llorando y con fiebre durante el fin de semana, lo que les había generado cierto desasosiego, ante la posibilidad de que la criatura de pocos meses de vida tuviera gripe, pero la habían llevado a la salita y volvieron más tranquilas cuando la enfermera que la atendió les explicó que era una neumonía lo que afectaba a la bebé. En otro diálogo, una adolescente le enrostraba la desidia a su pareja, por haber preferido ir a jugar al fútbol y tomar cerveza a presentarse en tiempo ante el juzgado a cargo de su libertad condicional. Ninguno de estos comentarios asombra a los viajeros ya que son parte de su realidad. Los vendedores ambulantes y la mercadería que ofrecen son otro tema de admiración, no sólo por los precios o calidad, sino también por la forma en que las presentan. A estos se suman los limosneros. Algunas mujeres que piden por caridad seguidas todo el día por una carrada de chicos descalzos en cualquier época del año, se sentarán en uno de los últimos trenes de la noche para hablar por celular con su pareja, que estará volviendo en otro convoy con un carro lleno de cartones que comerciarán en algún revendedor cercano a su vivienda de los barrios cercanos a las estaciones más alejadas del recorrido. El viaje en hora pico del regreso es similar al de las primeras horas de la mañana, en especial por la carencia de comodidades. Pero pasada esa hora, la vuelta se hace más llevadera: la mayoría viajará sentada, algunos conversarán menos agitados que en el recorrido matutino; otros, en especial los estudiantes o empleados medios, irán leyendo y los más, dormirán. A estas incomodidades se suman los cotidianos accidentes debido a las escasas medidas de seguridad ofrecidas por la empresa de ferrocarril más que a la imprudencia de los usuarios o la impericia de algún empleado. Los pasajeros se quejan por los inconvenientes, pero la mayoría está más acostumbrada a recibir peores tratos en los otros momentos de su vida por lo que no se generan protestas importantes de quienes están acostumbrados a salir de sus casas antes de que aclare y regresar cuando la luna ya se ha elevado sobre el horizonte.

martes, 3 de agosto de 2010

Un diálogo marxista, peronista o periodista


La senadora Roxana Itatí Latorre por Santa Fe anunció que no acompañará el proyecto de la opsición de sancionar el 82% móvil para los jubilados. Se impuso la entrevista matutina en una radio de primer nivel. Tres avesados entrevistadores -una experimentada señora, una jóven que trabajó en P12 y un ex jefe de agencia -consultaron por teléfono a la legisladora santafesina. Esos son los personajes y el entorno, la entrevista fue terrible.

La senadora comenzó precisando su filiación política: “soy peronista”, dijo, lo que habría de repetir más de una vez durante la conversación; además marcó sus diferencias con el oficialismo; luego fundamentó su posición sobre la norma propuesta diciendo que había revisado los proyectos de la oposición para el segundo semestre del año y que había advertido en ellos una intención de limitar los fondos al Gobierno Nacional, lo que dijo no compartir por no ser nuestro sistema parlamentario sino presidencialista, aunque aseguró que lo comprendía, en vistas de la contienda electoral de 2011.

Se inició ahí un diálogo marxista -digno de Groucho, Chico y Zeppo Marx, lamentablemente Harpo no hablaba- entre una legisladora que repetía sus argumentos claros, justificables y sin fisuras y tres entrevistadores obstinados en que abjurara de ellos y dijera que había sido cooptada por los K.

Casi al finalizar la entrevista, el hombre interrogó a la senadora sobre cuál sería su voto el año próximo entre Kirchner y un candidato no peronista: ella ratificó su posición doctrinaria y aceptó que votaría a K, lo cual no ratificó para el caso de que la compulsa fuera entre el pingüino y otro peronista, por lo que el periodista se quejó de que así no podía saber “de qué lado está”.

El final pudo más. Cuando Latorre insistió en cual será su voto sobre el 82% y -luego de una entrevista en la que jamás se mencionó la necesidad o no de ese incremento- la más experimentada de las entrevistadoras dijo: “va a ser muy difícil”, sonando -para mi subjetividad- a una confesión de que no la habían podido convencer de cambiar su voto o de que aceptara un supuesto encolumnamiento con el oficialismo, lo que había quedad expuesto cuando le dijeron que “hasta hace cinco minutos” había pertenecido al Peronismo Federal, lo cual ella negó por ser público que nunca integró ese sector.

No vale quejarse de los jóvenes reporteros: los tres entrevistadores tienen más de quince años de profesión, con especial, destacada y hasta admirable dedicación al ámbito político, lo que demuestra que todos -absolutamente, todos- estamos expuestos.

Otra: habría que definir con claridad que es el periodismo independiente, para evitar caer en discusiones fangosas con funcionarios, legisladores y dirigentes varios.

viernes, 25 de junio de 2010

Cositas del fútbol y el mundial


Hoy terminó la primera ronda del Mundial y ya estoy podrido de escuchar la voz temblorosa de Shakira cada vez que está por empezar un partido, para colmo ni siquiera la muestra y, como sabe cualquier mortal de sexo masculino, lo más interesante de la colombiana no se vincula con su voz.

Pero, más que esto me preocupa la locura salió a luz desde que comenzó esta etapa del campeonato. Aprendimos cosas maravillosas sobre los países que participan de ella.

En Sudáfrica, por ejemplo, el fútbol es un deporte de negros que tocan vuvucelas y que hablan inglés. Sin embargo, la mayoría de ellos no tenía un mango como para pagar la entrada, por lo que tuvo que ver los partidos que se jugaban en su propio barrio a través de las pantallas. Mientras los boers, que hablan afrikans y no les interesa el fútbol tanto como el rugby o el cricket, llenaron las tribunas, pero no para ver al equipo dueño de casa sino al Holanda de sus mayores.

Con los neocelandeses nos quedamos con las ganas de disfrutar el mejor espectáculo que podía venir desde esas tierras: un haka, esa danza guerrera a la que nos acostumbrara su seleccionado de rugby: los All Blacks. Es que, al revés de lo que pasa entre los anfitriones, en las islas el fútbol es cosa de blancos, tanto que el equipo se viste de ese color y se autodenomina All Whites. Los maoríes, cuanto más lejos, mejor.

En Estados Unidos, el fútbol se convirtió en furor gracias a la clasificación a octavos. Pero también pudrió el rancho. Es que este es un deporte mayormente de “latinos”, de negros, de demócratas seguidores de Obama, mientras los republicanos, admiradores de Busch, interpretan que afecta a sus raíces.

Ni que hablar de Francia, con las peleas entre los descendientes de los llegados desde las colonias africanas con los originarios de una de las tierras más xenófobas de la anciana Europa. Así les fue a los galos que, dicho sea de paso, llegaron a Francia como inmigrantes durante los años del imperio, de la eterna Roma.

Un capítulo aparte merecerían los países mediterráneos afectados por la crisis que les tiraron sobre las cabezas sus hermanos mayores del norte europeo. Grecia no resistió ni al primer partido, Italia hizo un papelón y España –si bien clasificó- empezó la serie con un buen susto. Los otros europeos, los rubios –Inglaterra, Holanda, Alemania-, tuvieron menos problemas para pasar de ronda.

Mientras tanto, por estas latitudes estamos felices con la clasificación de todos los equipos de la región, aunque después tengan que eliminarse entre ellos. Los argentinos estamos especialmente alegres gracias a la buena primera ronda y nadie se acuerda las barbaridades que dijeron mis colegas que apestan a señoras gordas de clase media sobre el técnico y sobre algunos de los jugadores a los que hoy admiran.

¿Será que el fútbol realmente divide aguas que van más allá de una camiseta?

viernes, 5 de marzo de 2010

Carlitos hay uno solo

¡Espectacular! ¡Genial! ¡Impresionante!
Cuando un tipo sabe, se nota. Especialmente si está rodeado de mediocres. Y, en estas dos semanas reapareció en toda su estatura un tipo que sabe, que conoce. El indescriptible Carlitos dejó a la luz pública todo el entramado berreta de la política nacional. Ojo, no de los políticos, sino de toda la política, incluida la que se hace en la calle, en el laburo y, en especial, la autodenominada "clase media". Ese sector es el que Carlitos mejor conoce y lo mueve como quiere.
Los hizo soñar con pertenecer al primer mundo, los hizo viajar, comprar, endeudarse, los hizo clamar por privatizaciones, de las que los idiotas después se quejan cuando no saben cómo van a pagar la prepaga, el cable, los peajes, los servicios, o cuando despotrican contra el ferrocarril sin inversiones o desactivado. Él mientras hizo sus negocios y llenó sus cuentas.
Pero Carlitos también sabe leer a sus colegas: tanto que, sin darles bola, se va a jugar al golf mientras ellos se debaten en disquisiciones pelotudas para hacerse con un pedazo de poder. Él sabe de poder. Los desairó y ellos sólo atinaron a criticarlo, a hablar de supuestos acuerdos espurios con el gobierno. Él siguió en la suya.
Cuándo terminó con el hoyo 18, regresó, les impuso sus condiciones a los mismos que lo habían criticado -incluyendo a la descartable clase media porteña- y se coló en los lugares que quiere tener el resto de este año y el que viene para negociar mayores prebendas cuando los candidatos tengan apuros y se termine el paso de danza torpe entre gobierno y oposición.
Él solito, despreciado por la mayoría, por los "que saben", les mojó la oreja a todos. Tanto que los que unos días antes lo habían denostado pretendieron haber olvidado sus estupideces y le dieron lo que quizo. No son iguales a él, son menos.
Como sus dos mayores adversarios -Eduardo y Nestor-: no es bueno, ni malo, es simplemente un animal político. No pueden parar de hacer política, no quieren dejar de buscar el poder, los tres abrevaron en Perón. Los demás apenas llegan al nivel de Rasca y Pica.
Es una lástima que haya lugar para sólo uno de los tres y yo no quiera a ninguno.

viernes, 8 de enero de 2010

Una novela, un estilo


El estilo de Gobierno K pareciera ser el de avanzar a los codazos entre bardos. Algunos inventados por una oposición de una incapacidad política similar o inferior a la del oficialismo, o por la prensa, generalmente de mayor nivel que todo el arco político junto, aunque no en demasía.
El caso de la novela del Banco Central es maravilloso al respecto. En la historia de la entidad sólo un presidente cumplió con su mandato, fue el primero de la lista, Ernesto Bosch, que duró 10 años en el cargo, ya que hubo años en que cuatro personajes diferentes se sentaron en el sillón de capo de la entidad rectora del sistema financiero; lo que implica que todos los sectores políticos que alguna vez estuvieron vinculados con el poder rajaron a algún funcionario que ocupó el cargo. Es una joda que en 2009 se rasguen las vestiduras porque Cristina lo raje al otrora "jóven brillante" -según Domingo Cavallo- y ex elefante en el bazar de la Comisión Nacional de Valores, Redrado.
Además, la mayoría de los argentinos no tiene la más puta idea de porqué, para qué y desde cuando existe este BCRA.
Este engendro apareció en escena recién en 1935, por orden secreta y expresa del Imperio Británico entre las obligaciones de reforma monetaria incluídas en el vergonzante Pacto Roca-Runciman, para que los agentes de su graciosa majestad pudieran controlar la economía de esta colonia no oficial de la corona. El diseño fue obra del nunca bien ponderado -por mérito propio- Raúl Prebisch, auxiliado por especialistas de Harvard.
Un caso interesante al respecto, sobre todo en una época en la que, según la oposición, Borocotó -no me refiero al padre sino al hijo- hubo uno sólo, o que, para el oficialismo, el caso de Cobos -Cleto- es único, fue el de Federico Pinedo -en este caso, hijo y no padre, tampoco nieto- quien, siendo diputado socialista, puteo en todos los idiomas contra el pacto y sus consecuencias y dos años más tarde, como ministro de Economía de un régimen conservador, aplicó todas sus órdenes y fundó el BCRA. Hoy su bástago, desde el PRO, reconoció que entre las obligaciones de la entidad está "la de no obedecer ordenes del Poder Ejecutivo". Sabe de qué habla.
Volviendo al inicio, lo maravilloso de esta historieta sigue siendo la capacidad del gobierno para entrar en kilombos. El BCRA es un organismo deleznable; pocos conocen realmente su carta orgánica ni sus cometidos; Redrado podría estar entre los malos de cualquier película; la medida aducida para rajarlo era la reclamada por la mayoría de la oposición: dar credibilidad externa a la capacidad de pagos del país; muchos bancos, ergo el establishment, se beneficiarían con ella. Ergo, para qué carajos hay que buscar puteadas donde sólo tendría que haber alabanzas.
Se agradece que sumen estas disgreciones a todo el resto de pelotudeces que circulan al respecto, no tienen porqué estar de acuerdo: yo tampoco.