El editorial de hoy (21 de septiembre de 2011) de La Nación debería ser de lectura obligatoria para todos los que intenten saber algo sobre ideología, pertenencia y medios. En su bajada, el matutino hace el mejor resumen sobre su contenido al decir que “en otros formatos y otros modos de distribución, vuelven a instalarse las peores prácticas del viejo peronismo”.
Quizá esta sea la mejor forma en que el diario retome la valentía de quien lo fundó el 4 de enero de 1870, ya que Bartolomé Mitre puede ser admirado o denostado por su compromiso y no por su indiferencia política, como nos estaban queriendo hacer creer los mentores de un supuesto catecismo del “periodismo independiente” hasta no hace mucho.
(El fundador del otro medio de gran tirada, Roberto Noble tampoco fue indiferente a la política de su época, ya había sido funcionario y no dudó en bautizar a su diario adaptando el nombre de una revista de la época: Clarinada)
La base de la crítica de La Nación está en un acuerdo entre Martín García y Alberto Sileoni, para que la agencia Télam suministre el servicio informativo en las netbooks entregadas a estudiantes secundarios.
Entonces, el cuestionamiento impone dos supuestos: el kirchnerismo es el heredero natural del peronismo y que el peronismo –por ende el actual Gobierno- apunta a “adoctrinar” a los educandos.
No hay necesidades para tener que discutir ahora el primer supuesto.
En cuanto al segundo: es históricamente maniqueo fustigar la política educacional de dos gobiernos de innegable raíz popular, pero ni siquiera mencionar los avances sustantivos que ambas representaron sobre la eterna ley 1.420, con la que la generación del 80 sigue formando argentinos a la imagen que pretendía la ideología de la oligarquía.
Desde su púlpito, el editorialista se horroriza por la incidencia que el peronismo busca sobre los alumnos y alerta que “quienes han sido testigos del nacimiento del peronismo y de sus prácticas no pueden olvidar aquellos días en los cuales alumnos y docentes estaban compelidos a trabajar con libros que exaltaban las figuras de Perón y de Evita”.
Otra sinuosidad en el planteo es el de basarse en un par de notas de opinión firmadas para criticar el servicio de noticias de Télam que tiene un promedio diario de 500 cables informativos. Además, los medios utilizan ese servicio para elaborar su propia información, aunque generalmente sin mencionarla como fuente, excepto en las ocasiones en las que los editores dudan sobre la certeza o cuando puedan generar críticas hacia el Gobierno de turno, eso desde que volvió la democracia, ya que mejor es no recordar cual era el seguidismo cómplice informativo que tuvieron muchos medios en épocas de dictadura.
No sólo una clase dueña de la educación, sino también dueña de la información con la que se mantiene la incidencia de aquella formación inicial.
Aparte de los negocios, este es otro de los aspectos que están detrás de la oposición de los medios hegemónicos hacia la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual: el mantenimiento de un discurso único que baja desde los gestores oligárquicos sin fisuras.
Un párrafo aparte merece la crítica hacia el mural con el rostro de Evita sobre la pared del Ministerio de Salud y Acción Social: el pobre editorialista, tal como otros vecinos de la zona norte bonaerense, no puede menos que quejarse por tener que ver cada día al ir a sus oficinas, la imagen de Esa Mujer –no pasiva, sino activa- que devolvió la dignidad a los trabajadores, en un camino que hoy retoma el Gobierno de esta otra Mujer, apuntando a igualar sus oportunidades entonces con los libros y los juguetes hoy con las netbooks.
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