martes, 17 de septiembre de 2013

The question is which is to be master



El kirchnerismo es una expresión posible de la clase media surgida de la debacle del neoliberalismo en 2001. Si bien las protestas parecieron dar una visión unificada de la posición de la clase media en aquel momento, había diversas expresiones dentro de esa unicidad: una de ellas fue la del sector que, pasado el chubasco, hizo de cuenta que nada había pasado y creyó que podía volver a la mentira del uno a uno, los viajes fáciles, los electrónicos baratos y el sushi, pizza y champagne, sin poner nada. Otra expresión se concentró en relanzar un capitalismo con pinceladas nacionales.
Más desarrollista que peronista, más radical sesentista que marxista setentista, más lealtad que montonero, en sus medidas de gobierno, el kirchnerismo desplegó -sin embargo- un discurso que atrajo más contentos a peronistas, marxistas setentistas y ex montoneros que a desarrollistas, radicales sesentistas o ex lealtad. Quizá, porque el relato (linda palabra con feo significante) haya puesto muy cómodos a aquellos sobrevivientes hoy crecidos y cansados y haya generado una posibilidad para sus sucesores de sumarse a la épica sin las amenazas de otra época. Mientras, les arrebataba el lugar a los representantes naturales de la clase media con un discurso de progresismo vergonzante, más de que de izquierda revolucionaria.
En este barajar y dar de nuevo que no implica implica azar sino quitar las cartas a otros, mezclarlas con las propias y elegir las que más nos gustan tratando que el contrincante acepte las que les doy, no puede haber más que confrontación, porque eso es política. La política es siempre confrontar y, a veces, muy pocas, acordar lo necesario para tomar fuerzas para otra confrontación. Eso el kirchnersimo, excelente lector de la realidad y heredero de la tradición peronista, lo ha venido haciendo muy bien, más allá de circunstanciales resultados en las urnas.
Del otro lado, se impulsó el discurso noventista de realidad inmutable que facilita la creencia en una fiesta sin facturas a pagar, obviamente atractivo. Así, los ahorristas que puteaban a los banqueros y aplaudían a los piqueteros desocupados en diciembre del 2001, taparon ese tropiezo y volvieron a los bancos y a putear contra cada protesta social que no sea un caceroléo de clase media. Pero, además, cuestionan con argumentos banales cualquier medida social sólo por el hecho de haber sido generada por el gobierno. Ese discurso, exige el concenso propio de las ideas de Rousseau, pero sin las exaltaciones de su vida.
Despegando de quienes las impusieron en su momento, reivindican políticas neoliberales y cuestionan al Estado como tal, no tanto como posición de poder, sino en su papel de árbitro de las relaciones entre las clases dentro de una estructura capitalista. Esa línea impulsa la política construida a través de los medios, con la inmediatez e insustancialidad de la televisión y el planteo de Humpty Dumpty sobre el significante del discurso y la pobreza, consecuente, del análisis, cuando no se cuenta con la genialidad de Jabberwocky.
Aunque representen posiciones hoy irreconciliables y ambos lo saben, después de las primarias todos miran a 2015 y en los más duros enfrentamientos, generalmente, ganan los tibios. En dos años el período kirchnerista permitirá el surgimiento de una gestión más ordenada. Sin el gasto de la confrontación y el encorcetamiento de una concordancia, un gobernador de alguna de las provincias más postergadas podría ser beneficiado y tendrá que sentarse en Balcarce 50. Pero, faltan dos años, bastante tiempo para disfrutar de la realidad política nacional. 

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