En las reuniones sociales, cualquiera corre el riesgo de terminar laburando en algo que no le gusta o no le interesa. Se repiten los casos de la señora que le pregunta por un dolor de espalda al médico, el que le consulta sobre un reclamo a un abogado, o sobre un patio a un albañil.
Siendo periodista, la cosa no es mejor, nunca le falta el que quiere que le cuente un chimento o le ratifique su propia opinión. No importa que el tipo sea periodista deportivo especializado en sumo, el preguntón querrá saber el chisme sobre una pelea entre dos vedettes de las cuales el escriba desconocía hasta la existencia.
Estos son molestos pero no peligrosos. Los peores son los que quieren que se les ratifique la propia opinión, a la que -por lo general- añaden fuentes improbables y datos inconsistentes: un amigo cercano al poder, el portero del edificio en el que vive la tía de alguien importante, la sensación de sus compañeros de papy futbol de los jueves o que la esposa del policía de la esquina haya comprado un kilo más de azucar.
Es más, ningún trabajador de prensa está a salvo de que uno de estos personajes le tire de golpe una opinión sobre el desempeño de algún colega, al que -de movida- el interrogador habrá de poner, invariablemente, los calificativos de bueno e independiente. Si hubiera una alarma para los posibles desastres de la humanidad, estos tipos harían que suene en un grado sólo superable por el apocalipsis.
Por lo general, estos preguntones consideran bueno porque es independiente al periodista que siguen en radio, televisión y, en mucho menor medida, diario, casi nunca revistas y -jamás- una agencia de noticias. Obviamente, quedan fuera de toda consideración productores, cronistas, redactores, prenseros y miles de otros profesionales que son inexistentes para la masa.
La medida de lo bueno no lo da el grado de investigación de un tema, lo bien que se escribe o la profundidad de un conocimiento, la claridad para exponerlo o el manejo de agenda -parámetros del gremio para juzgar a un colega- sino el opinar igual que su escucha, televidente o lector, con lo que, obviamente, será muy dificil que el consultado acierte con la respuesta.
La independencia sigue un camino similar, vinculado además con una “caradeortismo” hacia lo que -para el tipo- le suene a poder, aunque no lo sea. No habrá, entonces, forma de que el punto entienda que -salvo que el periodista analizado sea un esquizofrénico irremediable o un ciclotímico fronterizo- la independencia y el periodismo no tienen punto de contacto: todos tenemos amores, un equipo del que somos hinchas, una ideología, un gusto en comidas, un jefe que nos paga, un avisador que nos da de comer.
Ergo: si la condición sine que non para ser buen periodista es ser independiente, como el periodismo independiente es la mayor falacia, no pueden existir los buenos periodistas. Entonces, ser buen periodista es otra cosa que no está vinculada con lo que el tipo opina. En esta época en que los grandes difusores buscan el pensamiento uniforme y la opinión única, es bueno que sea así.
1 comentario:
me encantó la nota. Pero me quedé tildado con lo de la fiesta y creo que no tenés de que quejarte, jodido es cuando llegas a una fiesta y te piden una que sepamos todos!!!! como mierda piensan que puedo saber que canciones saben todos y además poder sintetizar las que son comunes para todos, además saberla tocar y cantar y tocar con una guitarra que no afina y y y
¿¡porque no me tocan ESTA!!!! así la conocen todos. me calenté.
Besos (tu hermano músico, para los que no saben)
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